“Del cuidado del medioambiente depende la salud del planeta y los más de 7.700 millones de personas que vivimos”, advierte la Organización de las Naciones Unidas, que decretó oficialmente la conmemoración del Día Internacional de la Tierra en 2009 y que, además, hace un llamado a “restaurar nuestros ecosistemas dañados para acabar con la pobreza, combatir el cambio climático y prevenir una extinción masiva”.
Uno de los graves problemas que enfrenta la humanidad y el planeta, es el efecto del cambio climático, fundamentalmente el aumento de las temperaturas. Según lo que diagnostican las y los especialistas, este fenómeno se intensificará, generando problemas globales y locales serios; tales como variaciones en las tasas de precipitaciones, tormentas, aumento en el nivel del mar, y eventos extremos de temperatura, asociados a olas de calor y períodos extendidos de sequía, con veranos más largos y secos.
Respecto del alza térmica, el profesor Fernando Santibáñez, académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas, explica que “la temperatura sube a razón de 0.2 a 0.25 grados por cada 10 años. Un grado podría ser al año 2040 o 2050 pues en todo el siglo se esperan 1.5 a 2 °C en la mayor parte de Chile. Con un grado más, muchas especies podrían encontrar serias dificultades por los niveles de estrés térmico, ya que esto se potencia con un aire más seco a mediodía lo que deshidrata a las plantas impidiéndoles crecer, especialmente a las especies de hoja ancha, las que se ‘queman’. Estas quemaduras ya las estamos viendo en los árboles urbanos”.
En este sentido, este cambio térmico tendría un efecto significativo en los insectos. Así lo destaca la profesora Audrey Grez, académica de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias (Favet), señalando que “debido a que los insectos son ectotermos, son muy dependientes de la temperatura ambiental; y cambios en estas condiciones resultarán en cambios en su distribución y abundancia. Si las temperaturas aumentan, el ciclo de vida de varios de ellos se acelerará. Varios autores mencionan el riesgo que plagas agrícolas, como los pulgones, o insectos vectores de enfermedades, como los zancudos, incrementen sus poblaciones bajo las nuevas condiciones de cambio climático, afectando así la producción de alimentos y la salud pública”.
Sensación térmica en la ciudad
El impacto del aumento de la temperatura ambiental cobra mucha relevancia en las ciudades, principalmente porque la mayoría de la población mundial se ubica en ellas. En Chile, cerca del 89,8 por ciento del total de sus habitantes vive en las urbes, convirtiendo estos territorios en zonas vulnerables y donde urge una preparación adecuada para enfrentar el fenómeno.
La profesora Pamela Smith académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), pionera en estudios de clima urbano, agrega que “el comportamiento del clima responde a procesos de alcance global o regional, que están fuera de nuestro control. Sin embargo, en las ciudades la relación que se da entre el comportamiento del clima y el de la sociedad es muy estrecha. Por ello, el comportamiento del clima es altamente heterogéneo, podemos tener 30° en una parte y 25° en otra y esto se explica porque el clima está sujeto a las decisiones que tomamos respecto de cómo construimos las ciudades, el diseño y los materiales que usamos”.
Asimismo, la académica de FAU señala que la heterogeneidad de nuestras urbes es “un elemento muy gravitante y característico de las ciudades latinoamericanas. Por ejemplo, lugares con más vegetación gozan de mejores condiciones climáticas. El aumento de las temperaturas no nos va a afectar a todos de la misma manera, es importante entender esa heterogeneidad porque algunos ya estamos sufriendo más calor que otros”.
Un ejemplo de la diferencia de cómo afecta la temperatura según el territorio que se habita, lo puntualiza la profesora Lorna Lares, presidenta del Comité Sustentabilidad de la U. de Chile y académica de la FAU. “La degradación de los suelos y la pérdida de biodiversidad es producto del llamado ‘desarrollo o expansión de las ciudades’, donde el sector inmobiliario ha ocasionado un enorme impacto en los ecosistemas, cambiando el uso de suelo y disminuyendo la vegetación y áreas verdes. Es decir, un cambio del medio ambiente natural por un medio ambiente construido, que trae como consecuencia un cambio en las corrientes de aire y la sobrepoblación de las grandes urbes", señala. En este punto, advierte la académica, se cruza otras variables como el transporte y la energía, que son "los sectores que más contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero pero que juegan un rol fundamental en la configuración de las ciudades”.
Pero hay una forma de contribuir a mitigar estos efectos: el rol de la vegetación en nuestras ciudades como reguladores térmicos es clave. Así lo sostiene la profesora Karen Peña, académica de la Facultad de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza. “Si hablamos de uno o dos árboles podemos hablar de una reducción de calor de uno o dos grados Celsius, pero si estamos hablando de una masa boscosa, un parque, por ejemplo, donde hay una gran cantidad de árboles, podemos llegar incluso a la reducción de 10° C de la temperatura ambiental”.
Además, complementa la ingeniera forestal, los árboles son los organismos que absorben grandes cantidades de dióxido de carbono, principal gas efecto invernadero, e interceptan la radiación solar directa “impidiendo que llegue hasta el nivel del suelo, reduciendo el calentamiento del asfalto y hormigón, y, por lo tanto, evitando que la temperatura ambiental se incremente”.
Temperatura y planificación urbana
La planificación de la construcción de la ciudad y sus viviendas resulta vital para mitigar el aumento de la temperatura y los gases efecto invernadero, argumenta la profesora Alejandra Cortés, académica de la FAU. “La edificación por sí misma genera un aumento de temperatura urbana, lo cual se denomina Islas Urbana de Calor", explica, detallando que ante este fenómeno "se ha demostrado que ciertas áreas urbanas pueden llegar a tener hasta 7°C más que el entorno peri-urbano o rural".
Este fenómeno, advierte, "se puede controlar teniendo presente el albedo de las fachadas. El albedo de una superficie es la capacidad reflectiva de la radiación solar que tienen los materiales y por lo tanto su capacidad de sobrecalentarse o no. El diseño urbano podría reducir la demanda energética de las edificaciones con una adecuada ventilación de los corredores urbanos, la densidad y altura de edificios para garantizar acceso a radiación solar directa a todas las fachadas y la incorporación de infraestructura verde que permita el control del aumento de las temperaturas urbanas”.
Para esta especialista en arquitectura sustentable y eficiencia energética, “el principal desafío en Chile para mejorar la eficiencia energética urbana, es poder diseñar con el clima local tanto a escala de edificaciones como a escala de planificación urbana, entendiendo que cada edificio tiene una incidencia directa en el entorno inmediato”.
Para el profesor Pablo Sarricolea, académico de la FAU, se debe repensar la forma en que se diseña la ciudad. “No es posible seguir una lógica de expansión urbana con escasa dotación de infraestructura y con desplazamientos de más de una hora para ir al trabajo o establecimientos de educación o salud. El derecho a la vivienda digna o la ciudad son asuntos que Chile no contempla en su actual Constitución, y son urgentes. Por lo tanto urge construir mejor para resguardar a los ciudadanos del calor y del frío, garantizando infraestructura adecuada, tanto gris como verde, obviamente cuidando el recurso agua, favoreciendo el arbolado, así como césped para el disfrute de las personas y no como bandejones centrales o lugares estrechos donde las personas no se pueden siquiera sentar”.